Los empleados improductivos de una empresa son un pasivo oculto en contabilidad. Y los buenos empleados, un activo que tambiíen debe tener reflejo contable. Hasta ahora, el dogma de la «empresa en funcionamiento» ha permitido que el pago mes a mes de los sueldos por las empresas no tenga en cuenta a los trabajadores como un pasivo de las mismas. Y por lo mismo que su productividad no sea considerada un activo. En mi opinión, hay que cambiar el Plan General de Contabilidad, porque no refleja la realidad, en especial en las empresas de servicios, que son casi todas las españolas. La información que el empresario debe dar a terceros debe incluir una imputación de qué productividad tiene cada empleado en relación con la facturación total de la empresa. El agregado de la productividad de todos los empleados debe sumar 100% y se mide imputando a cada empleado qué proporción de la facturación de la empresa le es imputable. Después se pasa automáticamente al pasivo el coste legal por despido improcedente de los empleados cuya productividad esté por encima de la media (que no es la mitad de los empleados: puede ser más o menos), y se pasa al activo el valor contable del empleado productivo, esto es, la facturación neta que le es imputable según su ratio de productividad. De este modo se genera un saldo, en función de si echar al al personal improductivo queda compensado o no con lo que facturarán en el próximo ejercicio los empleados productivos o su sustitución por una máquina o por una subcontrata. Y sobre todo, el empresario no se engaña a sí mismo, porque sabe en todo momento cuándo está siendo eficaz por haber seguido una buena política de capital humano, o cuándo quienes le están hundiendo son sus propios empleados. Aunque no lo refleje el balance.