

Un Domingo más, la hoja de la caridad. Si usted contribuye a cualquiera de estas obras benéficas, Dios se lo pagará. Observe que no tiene nada que ver con pagar impuestos por «solidaridad». Si usted paga impuestos, lo hace porque, si no paga, un agente del socialismo, que irá cambiando de rostro, porque unas veces se presentará con forma de inspector, otras de juez y otras de policía, se presentará en su casa y lo meterá en la cárcel. La razón por la que los impuestos se pagan no tiene nada que ver con la caridad ni con la solidaridad, por mucho que la propaganda del régimen del 78 diga lo contrario. En cambio, si usted entrega voluntariamente su dinero, por causa de amor, en beneficio de los pobres, está haciendo limosna, y con ella penitencia, y con la penitencia está «comprando» el corazón de Jesucristo. Lean el catecismo: «¿Cuáles son las obras de penitencia? – Las obras de penitencia pueden reducirse a tres especies, que son: oración, ayuno y limosna». Pagando impuestos no redimirá su alma: sólo evitará que los socialistas le metan en la cárcel. Haciendo limosna, obtendrá la redención de su alma y el Reino de los Cielos. Les animo, un Domingo más, a que contribuyan a estas causas, por amor de Dios.
Lean el Catecismo de Juan Pablo II:
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
«El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lc 3, 11). «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11, 41). «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).
2448 “Bajo sus múltiples formas —indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte—, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado de Adán y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los «más pequeños de sus hermanos». También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 68).