Tengo como el honor haber vivido durante cuatro años en Pamplona. La influencia de ese tiempo en mi vida determinó que me hubiera gustado ser navarro. Pero ya no quiero ser navarro. El Parlamento de Navarra acaba de aprobar la Ley Foral 33/2013, de 26 de noviembre, de reconocimiento y reparación moral de las ciudadanas y ciudadanos navarros asesinados y víctimas de la represión a raíz del golpe militar de 1936. Es una infamia. Dejando aparte la extemporaneidad, constituye la gloria de Navarra el haber contribuido de modo decisivo a la libertad de España respecto de Rusia, a evitar que toda Europa cayese en su poder (evitando el «efecto pinza» durante la segunda gran guerra europea) y haber apoyado un sistema político que trajo 40 años de paz directa y 39 (de momento) de régimen constitucional de libertades. Olvidan los navarros más jóvenes que el Rey debe su corona a Franco y por tanto a Navarra.
Y una cosa más: si la historia de Navarra la van a inventar, por mi parte se acabaron los fueros. Este contrafuero histórico es suicida para Navarra. Desde hoy dejo de considerarme navarro de adopción y adelanto que, puesto que Navarra ha renunciado a su historia, le exijo que renuncie a toda, y por tanto, también a sus fueros. A partir de ahora, por lo que a mi respecta, son una comunidad autónoma más. No se puede renunciar sólo a una parte de la historia.