La profanación de tumbas por los socialistas, causada por su odio a la religión y a la gente que da su vida por Dios, es una cosa muy antigua, por lo que no debe causar extrañeza que un socialista más, en este caso Sánchez, se dedique a profanar tumbas. Es algo que han hecho desde sus orígenes ideológicos. Es algo que hacían los bolcheviques, asesinos de reyes, y una costumbre que adquirieron muy pronto los republicanos españoles, que empezaron en mayo de 1931 quemando iglesia y terminaron en 1936 fusilando a Jesucristo. Claro que en la medida que podían hacerlo, esto es, cobardemente y en efigie, porque el que ha resucitado ya no muere más.
La gran idea de Sánchez es tan sencilla como utilizar los muertos con una finalidad electoral. Servirse del pasado para construir un futuro en el que él sea quien entre bajo palio en los templos del cristianismo. La negatividad no puede soportar la convivencia pacífica de monjes vivos con seres muertos, todo ello debajo de una enorme Cruz, la Cruz en que los demonios mataron al Ungido, que se contempla por todo el que circula hacia el nordeste de Madrid por la carretera de La Coruña.
La cruz es la gran enemiga del socialismo porque reparte los bienes propios voluntariamente y no no los bienes ajenos por medio de la coacción, la sanción, la prisión, y la revolución.
La estrategia gay de Sánchez es diáfana: quiere acabar con el consenso constitucional y para eso no respeta ni a los muertos. Ha destrozado a España para ser presidente del Gobierno y seguirá haciendo lo que sea necesario, incluso acabar con la paz social, para acabar siendo Presidente de la República.