Todo el mundo lo ha visto: Sánchez abomina de Hamás, porque los considera terroristas, y al mismo tiempo abomina de Israel, porque considera que se dedican a la matanza indiscriminada de inocentes: enfermos, mujeres y niños. Se coloca en una irenista posición de “centro”: imagina pacificar todo simplemente encasillando unos a su izquierda y a otros a su derecha, colocándose él graciosamente en un centro cuya moral controla sólo él.
Sánchez es un político. ¿Por qué entonces da lecciones de moral? Porque es un político socialista. Predica el buenismo. Donde bueno es lo que el Partido postula como éticamente correcto. Estamos ‑dice‑ ante una cuestión de “humanidad”. Una “humanidad” cuyos fundamentos teóricos sólo el conoce, porque son inexistentes. Es la moral de la mayoría. De la mayoría fabricada por el líder pesebrista sobre una población europea que fue cristiana y es apóstata. El socialismo no es una doctrina que surja del Islam. Surge del Cristianismo. Los socialistas, sobre todo los de base, se caracterizan porque ellos o sus padres, y en todo caso su cultura, han dejado de ser cristianas. Sánchez, presidente de la Internacional Socialista y del Partido Socialista Obrero Español, se acomoda a las entendederas éticas de sus huestes proponiéndoles una cultura “humanitaria” donde las exigencias éticas son las que postula él, Gran Sacerdote del PSOE que en el Templo del Mandil comparte turno de adoración con el histórico Borrell, un vejete que debió haber sido retirado hace tiempo de las tenidas, pero que las logias socialistas han colocado en la Unión Europea. Ser “bueno”, en la iglesia del buenismo, es seguir a Sánchez.
No sólo la ética pública postulada por Sánchez carece de fuste teórico y es del todo coyuntural, sino que las premisas fácticas de que parte para imponer a otros valores morales son equivocadas. Entiende Sánchez, y con él Borrell, y con ellos dos la UE, dado que uno la preside por el turno de España y el otro es Mister PESC, que Israel bombardea hospitales por gusto. Pero esos no son los hechos. La situación de la que parte Israel para actuar como lo ha hecho es bien distinta. Consta a toda la Humanidad, porque puede verse en video en directo, que Hamás ha instalado sus tropas, no en cuarteles, sino en hospitales. Es decir: utiliza escudos humanos. La situación fáctica es que hay unos señores de la guerra que han instalado túneles con fines bélicos debajo de un hospital; que trasladan sus tropas en ambulancias; y que se escudan en una sometida población gazatí, a la que se ha prohibido el éxodo, para que Israel, si quiere derrotar a Hamás, se vea obligada a matar inocentes como daño colateral inevitable. Hamás no pelea en campo abierto. Se sirve de su propia población como víctima propiciatoria: la sacrifica en el altar de su propio interés de dominar el mundo con el Kalashnikov.
Cuando, ante esta realidad, un sujeto como Sánchez, sin analizar los hechos, se lanza al ruedo político-ético postulando “humanidad” con las víctimas, se equivoca de enemigo. Quien tiene que tener humanidad con los inocentes –bebés, niños, mujeres, enfermos, civiles inocentes– es Hamás. El modo de hacerlo es sencillo: trasladar sus tropas a campo abierto; identificar como tales a sus soldados; dejar marchar a los que no quieran seguir en el campo de batalla; instalar sus acuartelamientos fuera de hospitales; acumular los explosivos en lugares seguros; moverse en vehículos militares.
Ante una realidad fáctica como la descrita, da la risa que Sánchez postule el uso del derecho humanitario. Este nuevo postulado de Sánchez también es falaz. Porque el derecho humanitario sólo surge cuando se juega limpio. Pero cuando se juega sucio, no sólo en el boxeo o en el karate, sino también en la guerra, cuando se pelea sin reglas, se recibe sin reglas: es la pelea callejera. Hamás no puede ampararse en el derecho de la guerra porque opera defraudando el derecho de la guerra. Parece mentira que Sánchez y Borrell no hayan percibido este “pequeño matiz”. Para exigir el cumplimiento de un contrato, primero uno tiene que cumplir su parte. Es entonces cuando puede exigir. Pero el estafador, el que opera con mala fe, no tiene derecho a reclamar nada, porque los derechos deben ejercitarse, y sólo pueden exigirse cuando uno opera con buena fe.
Aquí es donde entran en juego las Naciones Unidas. Si de verdad esa casa todavía sirve para algo, e incluyo en este postulado a todas las naciones árabes que pertenecen a la ONU, ésta tiene que exigir a Hamás que dé la cara y deje de escudarse en víctimas inocentes. La ONU debe declarar con la rotundidad que sea necesaria que quien se ampara en víctimas inocentes no puede apelar al derecho de la guerra. No puede apelar a la “humanidad” quien no la tiene. Para eso ‑dicen sus estatutos‑ se creó la ONU.
Quiero terminar señalando que yo sí creo en Dios. Sobre todo, crea yo o no en Dios, Dios está ahí. El que no crea, ya lo verá. En el juicio final. Y es en el juicio final donde se juzgarán todas estas acciones. Yo sé bien que la guerra no es buena. No hay guerra buena. Pero la guerra puede ser mala y sin embargo justa. Cuando uno defiende su propia existencia, como persona o como nación, no opera de modo injusto si lo hace de manera proporcionada, porque esas son las reglas morales, bien conocidas para un cristiano, del llamado «voluntario indirecto», esto es, de las acciones con doble efecto, uno bueno (defenderse) y otro malo (matar para defenderse).
El quicio de esta teoría moral es la proporcionalidad de los medios empleados. La cuestión a juzgar pasa a ser si los medios empleados por Israel son o no proporcionados. En mi opinión, que someto a la autoridad de Dios, que me juzgará -y de entrada le pido que me perdone si estoy equivocado- es que, cuando el enemigo se escuda en la vida ajena tomando rehén para que no le disparen a él y así poder huir y sobrevivir, no se puede hacer la guerra contra él. Es algo que pasa mucho en las películas. Pero cuando se escuda en el rehén para seguir matando indiscriminadamente y haciendo más daño, no queda más remedio que disparar: en ese caso la defensa propia es proporcionada aunque caiga el rehén.
Hasta que llegue mi juicio final, de momento de lo que estoy seguro es de que el Catecismo de la Iglesia Católica dice (2309) que «los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos. El terrorismo, amenaza, hiere y mata sin discriminación; es gravemente contrario a la justicia y a la caridad». Y también dice (2397) que «el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición». Mi opinión es que el mal que en este caso se pretende eliminar, dado que inició la pela, no juega limpio y se escuda en rehenes, es el causante de su propio daño y sigue generando terror entre los suyos, sus rehenes. Ese es mi juicio moral. Nada socialista. Yo, al contrario que los socialistas, no fundo una moral. Yo no soy Dios. NI soy -Dios me ayude- apóstata. Sólo Le escucho. Y esto es lo que me parece haber oído.