Creo que la gente no acaba de darse cuenta de que, al haber abandonado el cristianismo, simultáneamente han acogido otra religión, que le ha sido impuesta a la gente con las malas artes de la corrección política.
Nuevas religiones.
Abandonado el cristianismo, hay que creer en algo. No se puede reconocer la divinidad de Jesucristo era una sociedad que lo que quiere es ofenderle. No tanto por operar con iniquidad y por incumplir mandatos naturales evidentes como el respeto a la vida un respeto a la mujer, sino por no reconocer la divinidad de Jesucristo. Que ha venido a salvarnos, a cada uno, pero que necesita que cada uno lo reconozca como Salvador para que pueda darnos la mano y llevarnos al lugar definitivo y firme en el que estamos destinados a existir para siempre.
Nuevos dioses.
Las nuevas religiones necesitan nuevos santos. Son muchas las religiones. Ha aparecido, con nueva vitalidad, revivido por nuestros pecados, el dios del arte. El dios de la ecología. El dios del sexo. El dios de la guerra. El dios del dinero. Y sobre todo, el dios de la codicia perezosa, simbolizado en la igualdad por abajo. Y muchos otros, hermosos por fuera y opresores por dentro. Dueños de ligazones capaces de atar a cualquiera por cualquier parte de su cuerpo o de su alma para dejarlo postrado mientras se enreda en su propia concupiscencia.
Nuevos santos.
Esos dioses se encarnan en nuevos santos. Los hombres no pueden ser engatusados mas que con símbolos. Nuestro intelecto funciona con imágenes y los nuevos dioses necesitan nuevos santos, para esconderse detrás de ellos y vendernos su nueva verdad. Lo importante de esa verdad, y la figura de esos santos, no tiene por objetivo implantar una verdad nueva, sino eliminar la Verdad eterna, acabar con la presencia en sociedad de la persona de Jesucristo, de tal modo que se venere aquello que vale mucho pero no vale nada. Vale mucho entre los hombres, pero no vale nada al lado de Dios.
Nuevos profetas.
Naturalmente, las nuevas religiones necesito nuevos profetas. No hay religión sin profecía. Hacen falta vates nuevos. Predicadores con dinero público de valores nuevos que silencian el valor antiguo, el valor de la persona de Jesucristo, valor eterno. Lo predijo Él mismo:
Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos.
Mt. XXIV, 24.
Nuevos sacerdotes.
Por supuesto, como ahora hay que hacer nuevos sacrificios, y hay un altar nuevo, hacen falta también nuevos sacerdotes, que ofrezcan a los nuevos dioses los bienes que esperan para ser aplacados. ¿Acaso los ecologistas se olvidan de presentar regularmente su veneración, pagada con dinero público, en el altar del ocelote, del lince, del lobo, o del león? ¿Acaso no se dispendian millones de euros en salvar animales dañinos para el ganado, pero que forman parte del Olimpo ecologista? La idolatría nueva, el ecologismo militante, paga, con el dinero de usted, a sus sacerdotes, que se ocupan de hacer por el Pueblo, que debe ser sanado de sus pecados ecologistas, costosos sacrificios, y por supuesto también de quedarse con el porcentaje que les corresponde, porque el sacerdote tiene derecho a vivir de su propio oficio. Y no tiene por qué explicar si tiene alguna otra dedicación.
Nuevos mandatos.
Las nuevas religiones traen consigo nuevos mandatos éticos. Por supuesto, hay que admitirlos como verdad porque, al tratarse de religiones, estamos ante axiomas irrefutables, dogmas, afirmaciones que no tienen por qué ser demostradas, porque se fundan en el valor superior de la fe en el dios Ecolo. La ciencia viene en ayuda del nuevo mandato. Siempre hay algún universitario, bien becado, que está en alguna universidad estadounidense, o sudafricana, y que ha hecho un estudio sobre el cambio climático en su pueblo, confirmando que, aunque cada año hace más frío, el calentamiento global es una verdad inexorable. Tan inexorable como la necesidad de mantener viva la universidad en la que trabaja. Así queda bien justificada la verdad que hay que admitir como necesaria: que el mandato de separar la basura en orgánica y papel, llevándolo todo al punto limpio, es una obligación impuesta por la necesidad de que la capa de ozono sea protegida. Así que todos los mandatos que se contienen en las normas ecologistas tienen una justificación no solo jurídica sino también moral.
Nuevas penitencias.
En el altar del Dios del arte, y en cualquier otro altar de los nuevos falsos dioses, hay que depositar todos los bienes de los que uno sea propietario. Por ejemplo, si uno tiene un cuadrito que se puede atribuir algún desconocido autor del siglo XVII, pero sobre cuya obra haya hecho su tesis doctoral alguno de los funcionarios del Ministerio de Cultura, se ve desposeído de su cuadrito, por mucho que lo haya heredado durante generaciones, para que sea inmolado en el altar de las públicas exposiciones de aquellos objetos que todos tenemos que venerar. Por supuesto, es expropiado. Es la penitencia que tiene que pagar por su insolidaridad. Y si mete su cuadrito en un barquito y sale a navegar, será condenado como delincuente, porque tiene que pagar la penitencia del pecador social, que no se ha dado cuenta de que los bienes que los nuevos dioses declaran valiosos están protegidos por sus demonios, y no pueden sacarse a pasear sin permiso del Ministerio de Cultura.
Nuevas iglesias.
No se crean que estamos hablando de cuatro gatos. Este mal de abandonar a Jesucristo para luego inmolarse uno el el altar de cualquier demoniete, está muy generalizado, y afecta a colectivos enormes, que forman comunidades, lo que todo el mundo llama iglesias cuando habla en griego. Se reúnen periódicamente para exaltar a sus dioses colectivos, y consolarse sabiendo que lo suyo no es una locura aislada, sino un fenómeno social. Como son muchos, su buenismo queda confirmado, y su conciencia alterada: son ellos los que llevan razón, no Jesucristo. No son tan malos como parece, aunque no cumplan ninguno de los diez mandamientos, que conocen perfectamente, sino que, al contrario, son muy buenos, porque los que practican esa su peculiar religión, cuando se reúnen, se exaltan los unos a los otros y así se hacen creer que su ética es verdadera, cuando lo único que es es una ética inventada pero muy generalizada. O sea un error común, pero nada más
Nuevas imposiciones.
Como digo, son muchos. De diversas iglesias. Que tienen una federación de iglesias, y que se han reunido todas en el empeño común de rechazar a Jesucristo, generando nuevas imposiciones sociales, una nueva religión oficial, multiforme, con diversos rostros, pagada con el presupuesto público a su favor, la ley a su servicio, y la interpretación de la Constitución a su gusto. Porque son tantos que en un sistema público democrático la reunión de los enemigos de Jesucristo puede dar lugar a la generación de nuevos mandatos y a prescindir oficial ilegalmente de su presencia en sociedad. De esta manera pueden imponer, también a nivel europeo, usando las directivas comunitarias, nuevos tratados, que le digan a toda Europa lo que tienen que pensar, y a todo el mundo lo que tienen que creer, para de esa manera hacerse santos según la nueva religión oficial, que ellos profesan y que, por supuesto, pagan con el dinero de los demás. Se generan nuevas imposiciones, nuevas reglas, nuevos valores, nuevas leyes, nuevas directivas, nuevas constituciones, nuevos derechos fundamentales. Todo lo que haga falta con tal de expulsar a Jesucristo de la sociedad, cuyos mandamientos son mucho más sencillos: son sólo 10 y se cumplen fácilmente. Pero no interesan, porque esos de verdad si suponen una exigencia moral.
Nuevos valores.
No se dejen engañar por los nuevos valores. El único valor permanente, lo único que dura para siempre, la Persona que ha venido a salvarnos, el individuo que él solo puede con todo, el enemigo del diablo, el que pisa la cabeza de la serpiente, el que lo tiene todo, el que lo puede todo, es sólo una persona, tan valiosa que en sí misma agota toda la humanidad, y que él solo vale por todos los demás hombres, y más que todos los demás hombres. Es la persona de Jesucristo. Ni Cervantes, ni los ocelotes, ni el arte, ni el dinero, ni la vanidad, ni las redes sociales, ni el éxito, ni la política, ni la Presidencia del Gobierno, ni el dominio del mundo entero, valen nada al lado de estar un segundo al lado de la persona de Jesucristo.