En mi infancia, era frecuente tener a la mano, como parte de la formación que los padres daban a los hijos, y como parte de la cultura imperante en la sociedad, vidas de santos.
Se trataba, y se sigue tratando, de libros que ponen a las personas jóvenes en relación con aquellos que han fallecido pero que mientras estaban por aquí y dedicaron su vida a la persona de Jesucristo y por tanto a dar su vida por los demás.
Hoy las biografías que se nos proponen como modelo, y traigo como ejemplo lo último que han publicado El Mundo y Expansión, son las vidas de Himmler y de Martín Lutero. Cuya santidad es sencillamente ninguna, toda vez que se trata de dos personajes nefastos de la historia, que no trajeron sino males a la humanidad. El segundo trajo un cisma y el primero el nacionalsocialismo y el exterminio de judíos. Me parece una barbaridad fomentar las biografías de personajes tan funestos.
En cambio echo de menos la presencia entre nosotros de vidas de santos, en las cuales se haga notorio e importante la necesidad de tratar personalmente con Jesucristo por medio de la oración, y la necesidad de entregarse por amor de Jesucristo a los demás. La necesidad del amor a la Eucaristía.
Todas estas cosas no son poco importantes, porque influyen en la formación de todos, especialmente de los jóvenes, aunque sólo sea por la mera presencia de estos libros cerca de todos. Antes o después van a ser leídos.
Se trata de libros que ejercen una enorme influencia sobre las personas y que ayudan mucho a la juventud a tomar las decisiones importantes de la vida, las cuales son las que les llevarán a la vida eterna. Unos para perdición, y otros para salvación.
Usted escoja, porque no escoge solo para sí sino también para sus hijos y sus familiares más jóvenes. Hágase a la idea de que necesita leer vidas de santos. Hay que imitar a los mejores. Hay que mejorar a los que nos precedieron.