En el día de hoy un periodista, Señor Espada, se ha permitido la baladronada de asimilar la muy noble profesión de la Abogacía con la mentira, sosteniendo, entre otras sandeces, que «Si hay algún lugar en nuestro mundo donde pueda operar prestigiosamente un mentiroso, es la abogacía». Considero esta afirmación del referido periodista una ofensa colectiva a la Profesión. Una infamia. No espero que los Colegios Profesionales reaccionen, a pesar de que estarían obligados a hacerlo, porque como todo el mundo sabe la función principal de un Colegio de Abogados es gestionar el seguro médico. Tampoco espero que el mencionado Periodista se abaje a comprobar cómo están las cloacas de la Prensa, pero sí estoy en condiciones de afirmar que donde he encontrado a destajo imprecisiones camufladas con verdades es, a diario, en los Periódicos. Por lo tanto, el referido escritor, antes de insultar, debería hacer examen de conciencia (o «autocrítica», como más le guste) de su propio colectivo y ser más comedido a la hora de escribir, por mucho que en cumplimiento de su contrato tenga que rellenar espacio en un periódico cada poco tiempo y eso le lleve a decir de vez en cuando una sandez como la que ha dicho. Pero sobre todo debe aprender y tener en cuenta que, si alguien no puede ser Abogado, es precisamente el Diablo. Satanás es mentiroso desde el principio y el padre de la mentira, por lo que su pecadora condición le impide ejercer una profesión noble en beneficio de los demás que tiene bastante de sagrado. La Abogacía no tiene al Diablo por patrón, sino precisamente a su gran adversaria, a quien le derrotó, a quien le pisó la cabeza: la Abogacía está bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción. La que es sin pecado es la Abogada nuestra. También sin pecado de mentira. Todo lo contrario que el Diablo, esa infame criatura con la que el Señor Espada nos quiere asimilar.