La cima de la irresponsabilidad

Este es el texto que se publicó en el diario “Expansión” el 18 de noviembre de 2008:
Cada día está más claro que esta es una crisis sin culpables. Aquí un delito societario cometido en una pequeña empresa puede acabar fácilmente con el administrador en el juzgado. Cuando le toca responder sólo a uno entre muchos, el caso se analiza con lupa y el sujeto y su auditor acaban desacreditados, no ya después de una sentencia firme, sino con carácter cautelar. Pero cuando la crisis es generalizada, no le pasa nada a nadie. Sarkozy, que se encontraba de viaje a la India el pasado 28 de enero de 2008 cuando un juez encarceló preventivamente a Kerviel por supuestos riesgos ocultados operando con futuros, dijo que el sistema financiero va de cabeza y precisa de reglas más rígidas: «hay que dejar de dar la espalda a un capitalismo que necesita transparencia. Ha llegado el momento de poner un poco de prudencia en estos sistemas. Creo en la economía de mercado, en la libertad de comercio, pero quiero que el capitalismo tenga reglas». Desde enero hasta ahora ha tenido tiempo de llamar a Bush para preguntarle por las “subprime” que los americanos vendieron a los franceses. Ahora, cuando han quebrado varias entidades, lo que han hecho es sacarse una foto juntos.
Pero ¿era este el remedio que se necesitaba? Porque resulta difícil de entender que los Estados Unidos, que es de donde han surgido las empresas que han exportado activos sin valor y han difundido valoraciones y contabilidades basadas en “valor razonable”, sea en quien se confíe para organizar los remedios. Cuando Estados pequeños han necesitado un rescate financiero, lo han obtenido cumpliendo fuertes condiciones impuestas por los Estados Unidos (perdón, por el FMI). Ahora, cuando son los Estados Unidos los que necesitan respaldo internacional, todo se arregla con la actitud sumisa de unos líderes europeos que corren a fotografiarse con el hombre equivocado (el Presidente saliente). Y todo para pronunciar discursos de 7 minutos y hacer creer a sus votantes que ellos no sólo no tienen culpa sino que son tan buenos que están refundando el capitalismo.
Esta cumbre no ha sido otra cosa que un enorme ejercicio de propaganda. La argamasa que ha amalgamado la disparidad de criterio de tanto político profesional no ha sido otra que la necesidad de sentirse política y personalmente respaldados los unos por los otros a base de sonreír juntos para no tener que llorar aislados. Compartir el daño permite continuar en el ejercicio del poder.
De las epidemias son responsables las autoridades sanitarias. Pero nadie lo es de las crisis financieras. Sin embargo, esta era y sigue siendo la hora de las dimisiones, según explican con claridad las resoluciones adoptadas en la reunión del G-20: un largo texto de generalidades hueras de todo contenido, que se compendian en 5 puntos tan evidentes que no hacía falta explicitar: transparencia, regulación, integridad ética, cooperación entre Estados y reforma de las instituciones. ¿Pero es que esto es nuevo? ¿No eran estas obligaciones ya vigentes en todos los Estados reunidos en la cumbre? Se asumen compromisos que eran obligatorios hace mucho tiempo sin necesidad de reunión alguna. Proclamar, cuando el daño ya está hecho, que hace falta mayor supervisión, que las valoraciones corrientes se fundan en tasaciones discutibles o que la contabilidad “financiera” puede dar lugar a cuentas de resultados difíciles de leer, es, me parece, una tomadura de pelo: los males ahora proclamados estaban diagnosticados en libros de gran difusión desde hace mucho tiempo. Y en algún caso se roza el ridículo: que la argentina Cristina Fernández firme un compromiso de transparencia e integridad después de haber nacionalizado en su país los planes privados de pensiones provoca una irresistible hilaridad.
Esta era una cumbre que había que evitar, no una cumbre a la que había que asistir. Y mucho menos para dejar constancia de hasta qué punto Europa está dividida. La oportunidad histórica para Europa, en el trance de aprobar el Tratado de Lisboa, era mostrarse unida, añadiendo así valor al euro como divisa principal para el comercio internacional. Era el momento de sustituir la “diplomacia del dólar y la esterlina” por la diplomacia pacífica del euro. Era necesario acudir a la cumbre sólo con una sola voz. Y lo que se ha hecho ha sido todo lo contrario: Europa se ha plegado a los Estados Unidos y ha presentado 7 banderas, 2 de ellas insertadas a codazos. Queda así patente la endeblez de la declaración final del Consejo Europeo de Bruselas del pasado 22 de junio de 2007: es mentira que “Europa está unida en la convicción de que únicamente trabajando juntos podremos representar nuestros intereses y nuestros objetivos en el mundo de mañana”. Aquí todo el mundo ha ido a lo suyo. Me pregunto cómo se habrán sentido Polonia, Austria o Irlanda, ante tanta solidaridad para la solución colectiva de problemas que a ellos también les atañen directamente. Este egoísmo nacional hará sufrir a la Unión Europea más de lo que parece.
También me pregunto si los “hombres de Estado” presentes en la cumbre han pensado en la estabilidad del euro. Una de las más cacareadas conclusiones es que se van a adoptar son medidas fiscales que favorezcan la demanda interna con el fin de restaurar el crecimiento. Pero esta afirmación es tan genérica que no se sabe si los impuestos subirán o bajarán. Porque para unos la demanda interna sube cuando bajan los impuestos y para otros esto sucede justo cuando se hace lo contrario: cuando se aumenta el gasto público (y por tanto la deuda y los impuestos). Zapatero sin duda hará la interpretación keynesiana pero entonces ¿seguiremos respetando los criterios de déficit exigibles para permanecer en el sistema monetario europeo? ¿Se pondrá en juego nuestra estabilidad presupuestaria? ¿Cuánto aumentarán los impuestos que pagamos? ¿Cuánta deuda se emitirá?
Yendo más allá, será interesante saber cómo se han sentido los demás signatarios del tratado de la ONU al ver que la principal organización internacional, fruto de la sangre y no del dinero, es eliminada como foro de diagnóstico y diálogo internacional para la solución de problemas. Por lo visto la ONU sólo es útil cuando los problemas no los causan los Estados Unidos. Cuando es así los países ricos no se reúnen con los pobres, sino por su cuenta, y prescinden de los países subdesarrollados para diseñar las soluciones “financieramente correctas”. A los pobres se les menciona en el punto 14 de la declaración y en paz. Un error diplomático de gran magnitud porque hay países “pobres” que tienen mucha caja, como Venezuela, Irán, Angola, Nigeria y en general los grandes productores de petróleo, a los que estas soluciones unilaterales puede que no les haya gustado tanto y inicien su propia diplomacia del “petroeuro” o “petroyuan” y en todo caso de desconfianza severa respecto del mundo americano. Los problemas económicos y financieros no pueden aislarse de los problemas políticos y deben solucionarse coordinadamente. Ahora será mucho más difícil.
Quizá lo peor que han podido hacer los líderes mundiales ha sido exhibirse juntos con su mejor sonrisa sin hacer autocrítica alguna. Resulta así patente que el mundo entero padece a una casta de políticos profesionales que nunca tienen culpa de nada y que no asumen responsabilidad alguna: incluso cuando se reúnen para constatar la magnitud de los problemas que su “supervisión” ha consentido, su receta es sacarse una foto después de adoptar resoluciones genéricas que “ya implementarán los técnicos”. El punto 10 de la declaración final dice que los ministros de finanzas formularán recomendaciones adicionales para “revisar los estándares de responsabilidad, particularmente para los títulos complejos en tiempos de turbulencias”. Creo que deberían incluir en sus recomendaciones algún sistema que permita revisar los estándares de responsabilidad de los mandatarios políticos. La partitocracia en todo el mundo ha llegado a tal extremo de control social que sus líderes acaban siendo políticamente irresponsables de sus errores. El Estado de Partidos, que ha llegado a la cima de la irresponsabilidad y de la concentración global de poder económico, está él mismo en el origen de todos los demás problemas. También de los financieros. Menos mal que al Pueblo nos queda la libertad de expresión cuando nos dé por no comulgar con ruedas de molino.
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