Es sintomático que la beatificación haya sido “colectiva”. Aunque cada uno de los mártires hubiera podido ser beatificado autónomamente, Juan Pablo II ha preferido agruparlos a todos, porque a todos los mataron en una genuina persecución religiosa, tan intensa que resulta comparable a las de Nerón o Diocleciano. Hay un mensaje evidente en la beatificación: si uno se pone a indagar en cuál de los dos bandos (en cuál de las dos “Españas”) estaban los mártires, constata que sólo en uno. Este partido termina 473 a 0, lo que debe considerarse, en términos futbolísticos, una genuina paliza. De la que se desprende otra conclusión, que, aunque no sea evidente, es esta: Dios estaba sólo en una de las dos “Españas”. En la otra, lo que había era comunismo y anarquía: odio a la religión. Así que, para un creyente, no daba igual estar en un bando que en otro (en uno te mataban por llevar una estampita en el bolsillo, y en el otro no. Me parece que este argumento es bastante).
Como dijo el Pontífice, “todos estos nuevos beatos y muchos otros mártires anónimos pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil”. Así que no fueron sólo estos, sino muchos más (se encuentran documentados hasta 10.000 asesinatos). Y lo sabe de primera mano cualquiera que haya hablado con personas mayores de 65 años, que todavía quedan bastantes, y que fueron testigos de los acontecimientos. Cuando uno trata de los asesinatos de cristianos en 1936 a 1939, se encuentra, en suma, con una auténtica persecución religiosa, cuya importancia se minimiza en exceso, sólo porque la matanza se mezcló con una guerra civil (que la “España nacional”, con mayor o menor acierto, llamaba “la Cruzada”).
Es cierto que hubo asesinatos en los dos bandos. Esto nadie lo puede negar. Y es más cierto todavía que, como también ha recordado Juan Pablo II, el fundamento de toda paz verdadera es el perdón. Así que el recíproco perdón, por ambas partes otorgado, y la calma progresiva que en el ánimo colectivo produjeron 40 años de franquismo (“40 años de paz”), plasmado en la Constitución, es algo que debemos valorar como sagrado.
Pero es igual de cierto que mártires sólo hubo en uno de los dos lados. De aquí que me produzca auténtico sonrojo el chaqueteo sistemático de quienes, siendo los herederos ideológicos de la “España nacional”, especialmente si se trata de sacerdotes, se esfuerzan en echar tierra sobre un asunto -la fortaleza en la fe que tuvieron sus ancestros- que nunca debió ser olvidado. A mi me da igual si UGT, el PC, los anarquistas, o el PNV siguen intentando sacar duros o inmuebles en forma de indemnización como consecuencia de las expoliaciones que tuvieron lugar durante la guerra. O si el PSOE sigue proponiendo una condena explícita de la guerra civil, o una tardía e inútil bendición de los “maquis”. Mientras el PP se abstiene. Pero sí me importa denunciar la ingratitud de los “centristas” que carecen del coraje suficiente para reconocer, con sus pertinentes consecuencias en la conducta, que si España ha conservado su fe, y por tanto también ellos, ha sido gracias a la robustez de las convicciones de quienes dieron su vida por el nombre de Cristo. Por la parte que me toca, honor y gloria a los nuevos 233 beatos. No quiero formar parte de la “España ingrata”.