Uno de los rasgos más acusados del estilo de pensar propio del ser humano en los albores del tercer milenio es su falta de memoria histórica. Y no me refiero a la poca importancia que actualmente se da a las Cruzadas, o a la conversión de Recaredo. Me refiero a la escasa consideración que socialmente se otorga a acontecimientos mucho más recientes, como la descolonización, que han tenido hace poco mucha importancia, y hoy son poco valorados. La explicación más al uso de los fenómenos migratorios en toda Europa prescinde de un dato histórico básico, y es que, hasta la segunda guerra mundial, ésta incluida, los europeos dedicaron siglos a forjar un imperio colonial. La dominación europea pudo ser excesiva, pero se demostró civilizadora. Todos los pueblos, aunque sometidos, fueron en algo mejorados, y recibieron a cambio, cuando menos, un gobierno más eficaz que el local, y un idioma: se sentaron las bases de la globalización.
A la segunda guerra mundial siguió el abandono de las colonias a su suerte. No por voluntad de las “Potencias”, sino por las ansias autonomistas de los líderes locales, que sobre todo buscaban poder para ellos mismos, y no tanto libertad para sus pueblos. En casi todos los sitios, detrás del disfraz de “caudillo de la autodeterminación”, se escondía un déspota, como la historia han demostrado desde los años 60 por toda la geografía del globo.
Y claro, los déspotas actúan como tales. Las fortunas primero amasadas con las malas artes de la corrupción local, por líderes africanos, o asiáticos, luego diligentemente depositadas en Suiza, al parecer no alcanzan cuento. Sólo resultan comparables a la pobreza de sus exprimidos compatriotas, ahora ya libres y bien auto-determinados, pero más oprimidos, y muy necesitados de escapar a Europa para poder trabajar y vivir con dignidad. Y es que cuando uno se emancipa de la metrópoli con tanto entusiasmo, puede encontrarse -ha sucedido en más de un caso- que cambia un lord inglés por un caníbal. El nuevo jefe será del pueblo, pero el extranjero que se marchó validó aquello de “otro vendrá que bueno me hará”. En demasiados sitios, a la descolonización ha seguido la pobreza y el despotismo. La emigración de hoy s en gran medida el resultado histórico de este proceso de ayer. Hay que tomar nota.
Europa, más racional, pero no menos devastada por la guerra, desde 1945 hasta 1958 se soltó el “lastre” de las colonias. Y desde 1958 ha sabido organizar un sistema autárquico, regional y democrático, que ha permitido un enorme progreso económico y social. Se ha constituido en una potencia financiera e industrial.
Ahora vuelven a juntarse ambos mundos, de otra manera. Ha llegado la hora, no sólo de acoger a los inmigrantes, por lo que abogo (en los acertados términos que ha fijado el PP), sino de examinar la rectitud de las políticas de los emancipados líderes locales, que en muchos casos son los causantes de que sus conciudadanos tengan que dejar su tierra para vivir con dignidad. Si hoy no hay más inversiones fuera del territorio de los quince es porque los líderes empresariales no se fían de la escasa credibilidad de los políticos de los países del tercer mundo. Se han dado casos en las pasadas décadas de expropiaciones masivas sin indemnización por los gobiernos locales (Cuba, Marruecos, etc.), que son un impedimento básico para la fiabilidad de las inversiones, y por ende del aumento de la riqueza de las gentes del lugar.
Más aún: postulo que hasta la entrega del 0,7 del PIB es insuficiente para subvenir las necesidades de tanta gente por todo el mundo. Y más todavía: creo que Europa debe tumbar sus barreras arancelarias, especialmente para los productos agrícolas, para mejorar la situación de los países del tercer mundo. Pero al tiempo es necesario que los Gobiernos europeos tomen cartas en la calidad de gestión de los Gobiernos de los países pobres. La principal cooperación no es la limosna, sino la inversión, y el inversor necesita seguridad. Sólo así se evitará que haya tantos que vengan a Europa mucho más huyendo que atraídos.