El pasado 1 de mayo da mucho que pensar. Han convivido en ella dos formas distintas de protesta. De una parte, el sindicalismo trasnochado, típicamente español, que, yendo contra los tiempos, organiza manifestaciones que no son más que paseos con pancarta, y reclama “empleo estable, seguro y con derechos”. En cambio, fuera de nuestras fronteras, donde el sindicalismo está siendo sustituido por verdaderas formas de vanguardia social, florecen las violentas algaradas anti-globalización promovidas por los anti-sistema.
El sindicalismo español se demuestra trasnochado. Sus rasgos demuestran rotunda separación de la realidad social. De una parte, tanto UGT como CCOO, aunque quieran disfrazarlo, están politizados: es indudable su connivencia con PSOE e IU. Hasta el Sr. Almunia en sus memorias recuerda punto por punto la génesis y evolución de esta simbiosis, que es innegable por más que políticos y sindicalistas se esfuercen en hacer la crónica de sus disidencias (una excusa que nadie les ha pedido). En segundo lugar, el sindicalismo español es poco representativo. El “colectivo” de trabajadores afiliados a un sindicato es minoritario, y la participación en las elecciones sindicales, escasa. En tercer lugar, en España los sindicatos siguen siendo “de cuadros”: la legislación otorga significativas ventajas a los “liberados”, con cargo a las empresas. En cuarto lugar, los sindicatos están subvencionados con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. En quinto lugar, algún sindicato español, otrora metido a empresario de la construcción, obtuvo por Real Decreto-Ley ventajas que otros promotores no tuvieron. En sexto lugar, el sindicalismo español es tan sólido que está dividido, en una cuestión que requería unanimidad total. Y para el final, lo más importante: los sindicatos españoles representan a los trabajadores españoles, un colectivo plenamente introducido en la más rancia burguesía. Aquí ya no hay tantas diferencias de clase. Como dijo la “Pasionaria”, cuando todo el mundo tiene lavaplatos es imposible hacer una revolución.
No es raro que el aburguesamiento perjudique el análisis. Según la aguda percepción de los sindicatos oficiales, el problema del empleo moderno se sintetiza, a juzgar por las pancartas, en que sea “estable, seguro y con derechos”. Nada más desorientado. Porque si a algo tiende el mercado de trabajo es a la productividad, a la competitividad, y por tanto a la inestabilidad. Por lo mismo, a la pérdida de seguridad. Y si algo no falta, son derechos, como sabe cualquier empresario cuando alguno de la plantilla -con razón- le reclama lo que está escrito en el convenio. Con análisis y planteamientos como estos, y como hay poco de qué protestar, no es extraño que la participación en las manifestaciones sea escasa, con o sin lluvia, y el 1º de mayo deje de ser día de reivindicación, y pase a ser sólo eso: un “puente”.
Los que sí han trajinado en el verdadero primero de mayo han sido los “anti-sistema”. Una tendencia social desconocida para los sindicatos burgueses. Algo de razón llevarán, porque sus reivindicaciones se extienden por todo el mundo. Reclaman algo tan simple como reducir el poder multinacional de los mercados. Bastarían los casos de los “despidos de internet”, de Marks & Spencer, o de tantos otros, para demostrar que quienes viven de un sueldo pagado por un sindicato deben tomar nota para el año que viene, antes de que su super-estructura proletaria tenga que competir con la verdadera izquierda en el mercado de la reivindicación social.