Rajoy ganó las elecciones (las de 2011, porque las de 2008 y de 2004 las perdió) presentándose como el salvador de la economía y el recortador del gasto público. Era mentira. Su intención era sólo llegar a la Presidencia del Gobierno y luego subir impuestos y salvar bancos. Para hacer una cosa y la otra su medida más importante desde el punto de vista del derecho tributario ha sido subir los pagos a cuenta: aquí todo el mundo se queda sin tesorería menos el Estado. Ese ha sido su planteamiento. Y ese ha sido el resultado: que en efecto en España las empresas no trabajan para sus dueños sino para el Estado, que se lleva, y además anticipadamente, más del 50% de sus ingresos, vía IVA, retenciones por IRPF, Seguridad Social e impuesto sobre sociedades. Pero repito que lo más grave es que esto se hace pagando por anticipado: los pagos a cuenta, elevadísimos, obligan a las empresas a pedir crédito bancario para pagar los impuestos. Y, como no hay crédito bancario, lo que acaba pasando es que tienen que cerrar. La política de Rajoy es del todo equivocada porque no tiene otra opción para salir de la crisis que incrementar la producción empresarial y eso sólo se hace dejando el dinero en las empresas. Sacárselo para pagarles los sueldos a los funcionarios es condenarlas a la suspensión de pagos sólo para que el Estado y las «Autonomías» sigan pagando sueldazos improductivos. Rajoy es un enterrador de empresas: primero las asfixia, luego las manda al carísimo concurso y luego él se marchará, igual que hizo Zapatero, como si aquí no hubiera pasado nada. Pero no es así: habrá dejado tras de sí un infierno fiscal. Y los demonios no producen nada. Sólo consumen, porque no trabajan.