El pasado día 22 de noviembre la Conferencia Episcopal Española aprobó una Instrucción Pastoral en la que los Obispos hicieron una valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias. Conviene leerla entera, porque la Prensa, que tiene que resumir, se ha fijado sólo en un aspecto, que está al final de la “pastoral”, donde dice que “la Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia”. Algo que, sin duda, no ha gustado mucho ni a los nacionalistas vascos ni a catalanes, como tampoco les gustó a los republicanos la Pastoral de los Obispos españoles sobre el Alzamiento (eso que ahora el PP ha condenado, olvidándose de condenar, de paso, a Indíbil y Mandonio). La condena de los Obispos al terrorismo es tan explícita como profunda: “Analizamos el terrorismo de ETA a la luz de la Revelación y de la Doctrina de la Iglesia, y lo calificamos como una realidad intrínsecamente perversa, nunca justificable, y como un hecho que, por la forma ya consolidada en que se presenta a sí mismo, resulta una estructura de pecado”. El juicio no es político, sino moral. La condena, explícita. Lo lamento por los etarras, pero, si no cambian, el juicio moral de sus acciones se lo llevan hecho a la tumba por los Obispos. Es una condena que nadie se atrevería a hacer si no tuviera conciencia clara de hablar en nombre de Dios. Y así lo hacen notar: “nos lo exige nuestro ministerio pastoral, una de cuyas principales tareas es ayudar a la formación de la conciencia de los cristianos y de todas las personas que buscan en la Iglesia una luz para la vida”. Se condena no sólo a los etarras, sino también a quienes callan, en evidente alusión al llamado “entorno” de ETA: “tampoco es admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad en la sociedad”. Y, por si fuera poco, se condena a quien de cualquier modo se sirva del terrorismo etarra para sus propios fines políticos, en alusión clara a quienes hablan de “comprender” a esos “pobres chicos”. Porque -dicen los Obispos- “siempre existirán pretendidas o reales razones políticas que resulten capaces de seducir el juicio de algunos presentando como comprensible e incluso plausible el recurso al terrorismo. Pero lo que es necesario aclarar es que nunca puede existir razón moral alguna para el terrorismo. Quien, rechazando la actuación terrorista, quisiera servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos cometería una gravísima inmoralidad”. Francamente, salvo que se quiera insultar, no se puede hablar más claro.